Carrie Gibson

Historia: "El 18 de diciembre de 2009, estaba en una reunión navideña cuando recibí una llamada de mi hermana gemela. A nuestro padre, el gran jefe, el fuerte, le habían diagnosticado un cáncer colorrectal en estadio IV. Desde ese día, vi a mi padre, a mi madre y a mis hermanos luchar en todas las etapas del duelo. Todos estábamos en diferentes etapas, tratando de entender por qué, de todos nosotros, él era el que había sido diagnosticado con esta enfermedad.

"Siempre estaba sano, hacía ejercicio y tenía buenos hábitos alimentarios. Llevaba un año con síntomas y ya tenía más de 50 años, pero su médico de cabecera no le recomendó una colonoscopia. Tras las constantes presiones de su madre, finalmente acudió a otro médico, que le ordenó la primera colonoscopia. Para entonces ya era demasiado tarde, la cirugía no era una opción debido al tamaño del tumor, así que empezó los tratamientos de quimioterapia y radioterapia. Luego pasó por cirugía, colostomía, más quimio, más cirugías. Supongo que estaba sufriendo, sin embargo, nunca se quejó delante de nosotros. Nunca perdió la sonrisa, siempre mantuvo mucha fe en los tratamientos, en los médicos y en Dios.

"De 2013 a 2014 tuvo un buen año. Cuando le hicieron el TAC, para quitarle por fin el medport, descubrimos que ahora el cáncer se había extendido a los dos pulmones. Con una biopsia negativa, decidió operarse siguiendo las recomendaciones de su proctólogo. Todos los tumores extirpados dieron positivo. Aunque mi padre seguía siendo optimista, su cuerpo le traicionaba y cada día estaba más débil. Mi madre empezó a sentirse cada vez más quemada, estresada, y no puedo imaginar lo horrible que debe ser ver sufrir día tras día al amor de tu vida. Mi hermana y yo decidimos implicarnos más y ayudamos a aliviar su carga de trabajo. Nos mudamos con ellos para ayudar en todo lo posible.

"Tuvimos la oportunidad de ver la verdadera lucha, de estar cara a cara con el cáncer; y decidimos centrarnos en los pequeños milagros".

"Preparamos para papá un libro sobre su legado en el que nuestros hermanos, hermana, madre, nietos, familia y amigos escribimos cartas sobre lo que habíamos aprendido de él. En esas cartas le dábamos las gracias, algunos le pedíamos perdón y compartíamos con él las lecciones que aprendimos de él y que siempre apreciaremos. Así en vida pudo saber que dejaba parte de él en cada uno de nosotros. Todos fuimos más allá, sacrificando tiempo con nuestra familia e incluso comprometiendo nuestros trabajos. Estábamos cansados, sin dormir y ansiosos por no saber qué esperar cada día. Pero a pesar de eso, nada de lo que hicimos compensará lo gran padre que fue para nosotros, los cinco Gibson. Papá murió en la comodidad de su cama, cogiéndonos de la mano mientras mamá rezaba. Fue un honor agridulce haber compartido su último aliento con él. No nos arrepentimos de nada. Aprendimos que agotamiento del cuidador es real, pero también vivimos la otra cara de la historia. Las sonrisas, los besos, los abrazos, las conversaciones profundas, las buenas lecturas, éramos una especie de compañeros de crimen contra el cáncer. A través de los cuidados, conocimos su mejor versión, y siempre estaremos muy orgullosos de él".

Consejos: "A pesar del caos, ganarás perspectiva en tu viaje. Disfruta de los montones de pequeños milagros que aparecen en el camino, como una sonrisa, el abrazo de un amigo, un arco iris, una conversación profunda y significativa con tus seres queridos. Es tan gratificante experimentar el honor de cuidar de alguien a quien quieres de verdad cuando más lo necesita."